Por mi trabajo como estilista tengo que viajar continuamente a Barcelona, me encanta visitar mi tienda favorita: la cerería más antigua de la ciudad. Allí tuve una conversación espontánea con la dependienta que se me quedó en la cabeza y no paró de darme vueltas. (Se había quemado la fábrica de velas). Tenía ganas de emprender un proyecto propio después de dedicarme casi 9 años a trabajar para otras marcas. Pensé en qué me gustaba, qué consumía y me gustaba regalar. Fue revelador: velas. Me gusta la idea de regalar luz. Se soplan en festividades, se emplean en una cena especial o después de cenar en el salón de una casa para descansar de un día agotador.

Siempre he sido muy mañosa con las manos, me encanta hacer punto, croché… cualquier cosa que sea con las manos me ha atraído y me ha relajado, algo muy complicado para mi, soy muy inquieta. Hacer velas es un ejercicio que requiere concentración y cierta paz, igual que la cerámica. Todo tiene sus tiempos y si quieres correr algo falla. Es un ejercicio que me sienta fenomenal para desestresarme de mi otro trabajo.